Comenzó a leer las notas que solía dejarle bajo la almohada. Ella adora sorprenderlo con pequeños detalles, pero Camilo no los soporta. La ternura que Melissa le regala lo incomoda tanto como esas miradas en la calle de gente que no recuerdas. Muchos te quiero esparcidos alrededor de la pieza y ningún yo también se leen por ahí. Ella le recordaba siempre que no dejara de usar sus pantalones claros, ¡esos malditos pantalones entallados perfectamente a tus piernas, deslizándose mágicamente con el viento la mataban! Y aunque esto nada tiene que ver con el rayo de luz que ilumina a Camilo mientras recuerda la historia de cada frase escrita en esos papeles, ya no puede con Melissa.
Repasa los planes, su chasquilla, los colores de su pelo, se derrite mientras analiza cada uno de los lunares que hay en su rostro, la mira sin respirar, sin pestañear, sin sonreir.
Y nada.
Esa es la palabra que mejor describirá todo esto, un simple vacío.
Botará sus pantoles claros, le regalará las poleras naranjas y quemará los millones de cuentos que escribió junto a ella.
Solo se quedará con las pantuflas azules que ella le obsequió, se las pondrá mientras Melissa está en el quinto sueño. Caminará despacio hacia la puerta, mirará la habitación por última vez, contemplará su cuerpo dormido y frágil y lo guardará para su otra vida. Y marchará, de la misma forma en que llegó, decidido, sin hacer ruido y rápido, antes de llorar.
Y Melissa seguirá fingiendo el sueño, tan perfectamente como solo ella sabe hacerlo.
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